Fue premonitorio. Al condenar al asesino del comerciante Dardo Molina, el Tribunal Oral 3 de Mar del Plata instó al Gobierno bonaerense a aplicar “el mayor esfuerzo y las mejores técnicas para restablecer el orden y la seguridad pública”. Decía que sólo así se evitaría “que siga imperando la muerte en las calles de la ciudad”.
El fallo se conoció hace dos años y medio. A Molina lo habían matado de un balazo cuando estaba detrás del mostrador de su kiosco, en un robo en 2010. Desde entonces la situación no sólo no mejoró, sino que se deterioró aun más. El fin de semana pasado hubo cinco muertes violentas, incluido un caso de “gatillo fácil”, y la cantidad de crímenes en el año llegó a 28, uno cada tres días. En el mismo período de 2014, los homicidios habían sido 17.
La violencia del conurbano bonaerense parece haberse instalado en Mar del Plata. Así lo afirma a Clarín el fiscal general, Fabián Fernández Garello: “La cantidad de homicidios, y la cantidad de hechos en los que la propia víctima no se resiste e igual es agredida mortalmente, indican que la violencia en la ciudad está conurbanizada”.
Con el telón de fondo del narcotráfico, Mar del Plata está cada vez más violenta e insegura. “Lo que pasa afuera (en los barrios de la periferia) se siente adentro, se corrió la línea. Antes sólo afectaba a esos barrios, ahora se lo vive más cerca”, sostiene el fiscal Mariano Moyano, que actuó en el caso Molina y en una seguidilla de crímenes que hubo por “ajustes de cuentas” en los últimos tiempos: disputas territoriales entre bandas vinculadas a la venta de drogas.
En esos episodios sorprenden las armas que se usan. En el barrio Libertad, dos hombres en moto atacaron a tiros la casa de un rival. Usaron una ametralladora. Hace dos semanas, hubo una pelea entre dos bandas del barrio Las Heras, que duró cuatro días y dejó en evidencia el poder de fuego de los delincuentes: manejaban fusiles con miras láser.
Según contaron a la Policía los vecinos de “las casitas” –como conocen en el barrio Las Heras al complejo de viviendas del “Plan Dignidad”– primero vieron moverse en las paredes varios puntos de luces rojas. Pronto, la curiosidad que esto les generó se transformó en pavor: los haces luminosos empezaron a vibrar a ritmo de los disparos. “Eran las miras láser de los fusiles”, explicaron los voceros policiales a Clarín.
Ese fue el aperitivo de un agitado fin de semana en esa barriada del sur, que el último miércoles terminó con tres hermanos –miembros de una las dos bandas enfrentadas– gravemente heridos. Primero le pegaron cinco balazos al menor, de 17 años, y los dos mayores lo llevaron al Hospital Interzonal. Enseguida ambos regresaron al barrio en busca de venganza, fueron heridos a tiros, y reaparecieron en el centro médico dentro de un Citroën C3 manchado de sangre y lleno de escopetas.
En el hospital hubo corridas y tiros, médicos, camilleros y enfermeros amenazados a punta de pistola. “En cualquier momento matan a un médico. No es una excepción que ingresen con armas al hospital”, denunció horas después Andrea Potes, la jefa de Guardia, que luego sufrió amenazas y debió tomarse una licencia. Este viernes finalmente murió el mayor de los hermanos baleados, de 23 años.
“Mar del Plata conurbanizó su violencia”, reitera Fernández Garello cuando se lo consulta sobre los últimos episodios. Algunos casos: a Mariano Román (hijo del músico de Los Chalchaleros “Polo” Román), dos motochorros le pegaron cinco tiros para arrebatarle la mochila y sobrevivió de milagro; a Nilda González (70) la ahorcaron en su casa con una soga y la prendieron fuego, aunque no le robaron nada; a Cristina Distéfano (79), ladrones le desgarraron el cuero cabelludo de tanto golpearle la cabeza contra la pared manteniéndola tomada del pelo, según contó la fiscal Andrea Gómez; y en una “entradera”, esta semana asesinaron de un balazo en el pecho al abogado Atilio Canales (52), quien trabajaba como ayudante de una fiscalía en Pinamar y era amigo del intendente Gustavo Pulti.
El crimen de Canales, que a pesar de distintas versiones ayer la Justicia seguía investigando en el marco de un robo, fue emblemático porque ocurrió en la puerta de su casa de Parque Luro, uno de los barrios más elegantes de toda Mar del Plata. Hasta allí llegaron las “entraderas”, la forma de inseguridad más frecuente.
Como contexto está el narcotráfico. Cuando se consulta a los funcionarios sobre las drogas en la ciudad, responden: “Estamos lejos de ser Rosario”. Aclaran que aquí no hay “cocinas” y explican que no se secuestra “paco” ni pasta base.
Sin embargo, sobran “quioscos” y servicios de delivery de estupefacientes, lo que disparó el robo de motos. Los investigadores antinarcóticos cuentan que el negocio de la droga tuvo un gran crecimiento en el distrito, todo lo contrario a sus recursos, que son casi los mismos que hace una década.
Nota de verdad de la Mandarina: Y una vez más como pretende un Gobernador que dice que combate la inseguridad frenar a este ENORME ASESINO que antes estaba en Rosario y ahora paso por Mardel.
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